viernes, 29 de mayo de 2009

Editorial El Nacional 29/05/2009

Los perros guardianes.

¿Cuál justicia?.


Ayer, en un acto de humillación pública sin precedentes en Venezuela (antes, en las viejas dictaduras, no existían la radio, la televisión e Internet), el Presidente de la República ordenó de viva voz a la fiscal general, Luisa Ortega, al ministro de Obras Públicas y director de Conatel, Diosdado Cabello y a la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, magistrada Luisa Estella Morales, a "cumplir con sus obligaciones ante el pueblo. Para eso están ahí. Si no, que renuncien y se vayan de sus cargos, y que gente con coraje asuma sus puestos".

¿Y cuáles son, se preguntarán los ciudadanos, las obligaciones urgentes e inevitables que estos altos burócratas deben cumplir para aplacar las iras del mandatario nacional? Pues cerrar la televisora de noticias Globovisión, impedir que informe de manera rápida y veraz a la gente, clausurar los espacios de opinión a los cuales acuden los políticos de oposición y poner de patitas en la calle a los periodistas, técnicos, camarógrafos y gente humilde que se gana el pan laborando en esa empresa.

Al Presidente le entró un ataque de histerismo cuando regresó con las tablas en la cabeza desde Brasil, donde no sólo le dieron la mala noticia de que tendría que seguir esperando hasta septiembre para entrar en Mercosur, sino que los proyectos de asociación con Petrobras habían sido rechazados. Fracaso total si no fuera porque Lula decidió financiar los pagos de las empresas constructoras de Brasil que operan en Venezuela y evitar así que paralizaran las obras.

Así vemos como este mandatario militar con botas de barro pasó de millonario manirroto a recogedor de limosnas entre sus amigos. Para colmo, un burócrata del entorno de Lula Da Silva dejó "por descuido" los micrófonos abiertos para que se filtrara a los periodistas parte de la conversación que Chávez y Lula sostenían en privado.

El hecho no hubiera pasado de ser una anécdota más si no fuera porque, en lo que se pudo escuchar, el mandatario venezolano le prometía al presidente de Brasil que las inversiones de ese país en Venezuela no serían tocadas ni con el pétalo rojo de la revolución bolivariana.

Esta conversación entre cómplices que se burlan en privado de sus propios pueblos merecería, sin duda, un capítulo extra en la saga de El Padrino, de Mario Puzzo. Pero además es un fiel retrato de la vieja treta del policía bueno y el policía malo, que se turnan para ablandar al prisionero y vencer su resistencia.

La treta hubiera funcionado muy bien a dúo, pero madame botox, Cristina Kitchner, tercera en cuestión, pegó el grito en el cielo porque las industrias de los inversionistas argentinos sí estaban siendo nacionalizadas a diestra y siniestra, y por si fuera poco Chávez lo hacía en una época electoral. La trastada quedó al descubierto y los dos pilluelos atrapados en sus mentiras.

Si alguien se pregunta por qué el presidente Chávez quiere cerrar a Globovisión, pues esta historia le abrirá los ojos.

Tomado de Noticiero Digital

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