Editorial
El Nacional.
Decisión histórica.
Mirar al espejo.
E n momentos decisivos para los países siempre ha sido conveniente mirar al pasado, no para fascinarse con lo ocurrido, ni para caer en sus redes, sino para reflexionar y calibrar lo que fueron aquellas experiencias, sus balances positivos o negativos. Esto puede aplicarse a todos los dominios de la aventura humana, dependiendo de las referencias que busquemos.
Más allá de las posiciones que se asuman y de las ideologías que se sustenten, Venezuela está llamada hoy a tomar una decisión de largo alcance y de profundas implicaciones en el destino de los ciudadanos. Son éstos quienes tienen en sus manos el privilegio de determinar el rumbo del país. Con el propósito de ilustrar a nuestros lectores, Siete Días hace un recorrido a través de la historia para explorar los vaivenes del complejo asunto de la reelección de los presidentes.
Esta ha sido una cuestión de tal entidad que buen número de las reformas constitucionales que se acometieron fue por esa razón.
El informe del periodista David González nos lleva de la mano en este recorrido. Caudillos y dictadores fueron indiferentes a las constituciones con excepción de los artículos que fijaban los periodos presidenciales.
Fue Monagas el que inició la trampa de las reformas. Lo siguió Guzmán Blanco, quien inventó periodos de dos años para complacer a "sus hombres", aunque el tiro le salió por la culata porque ninguno se conformó con aquella miseria. Vino Crespo, "legalista" mientras la constitución no estorbaba su caudillismo. Impuso a través de un fraude al general Andrade en 1887, con ánimo de volver al poder pero la muerte lo sorprendió en la Mata Carmelera y, en 1899, los andinos conquistaron el poder para no abandonarlo por las buenas.
De esto dan testimonio Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez.
Castro se hizo reelegir y aspiraba a hacerlo por toda la vida, pero en 1908 el compadre Juan Vicente le dio el golpe que lo dejó en el destierro. También Guzmán Blanco cuando vio que los sargentos se le alzaban y que los civiles no se contentaban con dos años miserables, y que el cuero seco que era Venezuela ("que se levantaba por un lado cuando se pisaba por el otro") le dijo a su mujer: "Vámonos, Ana Teresa, porque las gallinas están cantando como gallos". Y murió en París.
Gómez tuvo siete constituciones, y fue el único en morir en el poder(*). Lo ejerció desde la trastienda como comandante en jefe del Ejército. Tuvo "presidentes de papel", mientras él recibía informes de todo el mundo: fue, sin saberlo, el precursor de la KGB y de la CIA, y de las imitaciones cubanas que ahora vigilan a los venezolanos.
La más reciente experiencia está aún viva. En diciembre de 1957, el general Pérez Jiménez quiso quedarse en el poder porque, como dijo ante el Congreso integrado por incondicionales, "no había otro venezolano capaz de dirigir los destinos nacionales". Hizo un fraude tan vulgar que poco después tomó su avión y se largó sin decir adiós. Vale la pena, por consiguiente, consultar a la historia.
(*) Nota personal del blogger: Por razones que desconozco el autor olvidó al General Carlos Delgado Chalbaud, que mientras era el jefe de la Junta de Gobierno fue secuestrado y asesinado por Rafael Simón Urbina y sus secuaces.
Tomado de Noticiero Digital
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