Pamplona. En la mañana del viernes l0 de julio, pocos minutos después de las 8, Daniel Jimeno Romero, un joven de 27 años vecino de Alcalá de Henares, murió tras ser corneado por un toro, llamado Capuchino, en el cuarto día de los encierros de San Fermín. Hubo duelo y dolor; por unas horas cambió la cara a las fiestas.
Al día siguiente, como todos los días, las calles de Pamplona, por donde pasan los toros, estaban repletas de corredores, baqueanos y aficionados, más excitados que nunca. El riesgo de morir bajo las astas de un toro es parte de estas fiestas. Es lo que explica esta manifestación de alegría y afirmación de vida que durante nueve días con sus noches, todos los años y desde hace cientos, se apodera de la capital de Navarra. Es algo así como las bacanales de las vísperas que disfrutaban los gladiadores que, ante el Emperador y tras el "Ave César, los que van a morir te saludan", se jugaban la vida en el circo. Daniel había corrido los tres días anteriores. Corría desde los 20 años. "Ha muerto haciendo lo que más le gustaba", dijo su hermana Raquel. Sería absurdo pensar en la existencia de los sanfermines y sus carreras por las calles de Pamplona, si no existiera el peligro y el riesgo de muerte.
El hecho movió a quienes están genuinamente en contra de este tipo de festejos y actividades taurinas.
Pero hay de todo: 24 horas antes del "chupinazo", (el cohete que explota al mediodía del 6 de julio y que inaugura la fiesta), jóvenes, y no tanto, de toda Europa principalmente, manifiestan y se desnudan en defensa de los toros, pese a que éstos se defienden muy bien solos como los hechos lo dicen en lo que hace a los sanfermines. Hay a la vez contradicciones y quizás algo de hipocresía, o doble discurso o esa necesidad y miedo que lleva a tanta gente a afiliarse a lo políticamente correcto: hace dos años entrevisté a dos de esos jóvenes manifestantes que están a favor de la vida de los toros y me dijeron que también pugnaban por la liberación del aborto. Interesante ¿no?
Por otro lado y muy especialmente, están aquellos a los que les gusta prohibir y se valen de lo que sea para saciar sus ánimos represores. Son los que están agazapados para aprovecharse del dolor, la conmoción y el desconcierto que ese tipo de noticia provoca en la gente. No importa que sea un riesgo conocido, y que responda a una decisión individual, en un acto de libertad y de uso legítimo del derecho de cada uno. Lo que importa es imponer las creencias propias al resto.
Tampoco importan las cifras. Hacía cinco años que no había muertes en los sanfermines. En los últimos l5 años solo murieron, incluyendo a Daniel Jimeno, tres corredores, y desde el año 1900 al presente los muertos fueron 16. En esos periodos, ¿cuántos deportistas han muerto haciendo alpinismo, en carreras de motos, autos y hasta de caballos, navegando los rápidos, jugando al fútbol o en competencias ciclísticas o en cualquier otra actividad deportiva o en ese tipo de espectáculos? Las cifras, sin duda, confirmarían que no hay nada más seguro que los encierros de San Fermín. Es infinitamente más peligroso llegar o salir en automóvil de Pamplona que correr delante de los astados. Anualmente durante esos días mueren muchísimos más por accidentes en las carreteras que bajo los cuernos de los toros bravos.
Pero en parte es el efecto que genera la tragedia individual. ¿Cuántos mueren por día de hambre y nadie se conmueve? ¿Y cuántos en las pateras, o por la represión en China o entre los cada vez más perseguidos inmigrantes? Es que todo se enmarca en la confusión creciente y la gran hipocresía que hoy domina el mundo. Pasa en todos los campos, en todas las actividades. Y no es culpa de la gente, sino de los que deberían dar el ejemplo con su conducta, pero que solo les interesa ser saludados como al César, sea lo que sea que tengan que hacer y los principios a sacrificar.
Tomado de El Universal
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