Vía Crucis Sacerdotal
Decimotercera Estación:
Jesús es descendido de la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre.
Decimotercera Estación:
Jesús es descendido de la cruz y puesto en los brazos de su santísima Madre.
“Jesús al verlos llorar…se conmovió profundamente, se estremeció…y lloró”
(Jn. 11,33-35)
(Jn. 11,33-35)
V/. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Reflexión: Jesús que lloró por su amada ciudad de Jerusalén (cfr. Mt. 23,37), que sollozó por la muerte de su amigo Lázaro (cfr. Jn. 11,35), que acompañó a Jairo jefe de la sinagoga ante la muerte de su hija (cfr. Mc. 5,35-43), y se compadeció con la viuda de Naím en el sepelio de su joven hijo (cfr. Lc. 7,11-17), ahora es motivo de aflicción y congoja para los suyos. La beatífica enseñanza de Jesús ante los que lloran es “Dichosos los afligidos, porque Dios los consolará” (Mt. 5,4). La Virgen María es la afligida más impresionante del Calvario. Como madre amorosa y solidaria experimentó el dolor sentimental y emocional más terrible de los estremecimientos humanos: ver morir a un hijo. La vida humana se trastoca cuando el infortunio nos sorprende ante la muerte un ser tan querido y prójimo como son los hijos. La Virgen no escatimó un solo minuto de dolor y ni se restringió en su llanto. La escena adversa del Gólgota al momento de bajar a Jesús de la cruz le mereció el título de la “Dolorosa”.
Una vez más María la Madre del Mesías Redentor se turba ante una situación inesperada, la primera vez fue cuando el Arcángel le anuncia que se va ser madre del Hijo de Dios, y ahora la fidelidad de Cristo con el Padre celestial la coloca frente a otra consternación para lo cual nadie se prepara, sepultar un hijo muerto en la cruz.
Los sacerdotes diariamente se convierten en los marianos en la hora del suplicio en cada Eucaristía, María con su vida junto a Cristo y especialmente en el Calvario hizo suya la dimensión sacrificial del la Eucaristía, Ella no derramó una gota de sangre, pero no se reservó una sola lágrima, los sacerdotes no derraman sangre ni lágrimas en el momento del sacrificio eucarístico, pero se gastan y se desgastan como instrumento sacramentalizado para actualizar la Redención eterna en Cristo Jesús.
Oración: Virgen Dolorosa de pie junto a la cruz del Señor, Te queremos pedir
por el apostolado seglar de las parroquias. Virgen María, ora por los grupos y actividades pastorales. Que seamos en cada comunidad un rincón cálido, un lugar donde nos queramos y respetemos, un espacio donde vivamos como hermanos, donde, unidos, trabajemos por el Reino de Dios y su justicia. Te rogamos para que nuestros sacerdotes luchen por la causa de Cristo el Buen Pastor. Que se empeñen en predicar el Evangelio con sentido profético. Que nosotros tus hijos no nos destaquemos por el activismo protagonista egoísta y personalista. Que nos conozcan, Madre del Cielo, por vivir y construir el Mandamiento del amor fraterno, como lo viviste con Jesús. María, te damos gracias por ser consoladora de los afligidos. Madre del Verbo eterno, te pedimos por los sacerdotes enfermos, hospitalizados, imposibilitados y adultos mayores, guárdalos siempre en tu regazo de Madre junto a Jesús. Amén.
“Si el grano de trigo no muere queda infecundo”
(cfr. Jn. 12,24)
(cfr. Jn. 12,24)
V/. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Reflexión: Jesús muerto es enterrado como la semilla de la cual brotará un vástago de redención. No puede quedar infecundo el Hijo de David que dio tanta vida a los enfermos, es inadmisible que se consuma en el sepulcro el que resucitó a los muertos a la hora de su expiración en la cruz, donde “muchas personas santas que habían muerto volvieron a la vida” (Mt. 27,52). La gran lección de la vida solidaria la muestran los amigos incógnitos del Maestro que con arrojo y valentía piden ante Pilatos el cuerpo de Jesús y le dan digna sepultura. Una vez más los de lejos y de relación esporádica traen la mirra para la hora determinante. Los Magos del Oriente cuando Jesús era niño, y ahora Nicodemo y José de Arimatea al momento de la sepultura del Mesías. Ante esta hora aciaga no hubo reparos ni mezquindad, se encontró una tumba sin estrenar y aceites para perfumar. Lo único adverso era el tiempo, el viernes llegaba al ocaso y se acercaba el día del sábado solemne. El que murió crucificado lentamente en el madero fue sepultado apresuradamente en el sepulcro prestado.
Los sacerdotes cuando llegan a la postrimería de sus vidas tienen que soportar muchas veces esta experiencia de la dádiva de un benefactor extraño. A ejemplo de Jesús Sacerdote Eterno no tienen donde reclinar la cabeza. Pasan por la penuria de la carestía, insolvencia e indigencia social. Les toca cargar la cruz toda la vida, y al final de la existencia humana soportar el Calvario de Cristo, de manera literal y vivencialmente. El buen sacerdote a ejemplo del Rey de reyes siempre encontrará el “Arimatea y Nicodemo” que muestren la benevolencia y compasión de manera libre y espontánea. La sinceridad de la caridad en la hora difícil es misericordia clemente y compasiva. Abandonar a un sacerdote en su enfermedad, ancianidad o necesidad es tan impío, ingrato y desalmado como dejar abandonado al propio Cristo muerto en la cruz a merced de los depredadores. Al que te ofreció los canales de la gracia a través de su ministerio sacerdotal no puede morir en la desgracia del abandono, el salario final del sacerdote es la misericordia divina expresada en la caridad de los que son auténtica Iglesia.
Oración: Te pedimos, Señor, que tus siervos sacerdotes difuntos (Romanos Pontífices, Cardenales, Arzobispos, Obispos, Presbíteros y Diáconos), a quienes encomendaste durante en su vida el ministerio sagrado, lleguen a participar eternamente en la gran asamblea de tu Reino. Escucha con bondad, Señor, las plegarias que te dirigimos por el eterno descanso de tus siervos que te sirvieron como ministros de tu altar en la tierra, y recíbelos en el gozo de todos tus santos sacerdotes a quienes en tu nombre desempeñaron fielmente su ministerio. Te suplicamos, Señor, concedas que las almas de tus dispensadores sacramentales a quienes morando en este en este mundo, les adornaste con los dones sagrados del orden sacerdotal, gocen siempre en de la morada gloriosa del cielo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
“Vivirán porque yo vivo”
(Jn. 14,19)
(Jn. 14,19)
V/. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Reflexión: Jesús el predilecto del Padre, el Elegido de la eternidad y en quien se complació el Dueño de lo alto ¡Ha resucitado! La evidencia innegable es que el sepulcro está vacío. Aquella pregunta categórica dicha a Marta ante la tumba de Lázaro: “¿No te dije que, si crees verás la gloria de Dios?” (Jn. 11,40) alcanza una respuesta plena que nos llena de esperanza en la vida futura.
Ahora sí el discipulado de Jesús puede comprender todos los “Yo soy” del Mesías: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11,25); “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6,35); “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14,6); “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8,12); “Yo soy la vid verdadera” (Jn. 15,1); “Yo soy el agua viva” (cfr. Jn. 4, 13-14). Tenía razón Juan el Bautista, cuando afirmó de Jesús antes de ser bautizado en el Jordán: “Él es más poderoso que yo” (Mt. 3,11). Todo sacerdote es un Bautista que prepara la segunda venida del Señor que vive y que vendrá en Gloria a juzgar a vivos y muertos.
Oración del sacerdote a San Juan Bautista: Precursor del Señor, elegido por Dios en el seno materno, haz que sea consciente del gran don de la vocación que he recibido. Enséñame a dar gracias a Dios todos los días por haberme llamado a la vocación sacerdotal, por haberme escogido para ser pastor de tu pueblo, por haberme dado el privilegio de identificarme más plenamente con Cristo, el Señor. Enséñame, San Juan Bautista, a ser perseverante en mi vocación, a no vacilar; enséñame a entregar la vida totalmente, hasta la muerte.
Enséñame a vivir en la austeridad y la mortificación para unirme a Cristo Crucificado, para domar el oleaje de mis pasiones, para hacer creíble la Palabra que predico. Las almas se convertirán más por lo que viva, que por lo que diga. Que por tu penitencia me haga mortificado, que por tu soledad, sea recogido, que por tu silencio, sea hombre de oración, que por tu virginidad sea casto, que por tu contemplación me mueva siempre por los impulsos del Espíritu.
Enséñame, San Juan Bautista, a preparar los camino del Señor, a preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor. Enséñame a mostrar a los hombres al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Enséñame a menguar, para que el crezca. Enséñame a postrarme ante Cristo de quien no merezco desatarle la sandalia, y en cambio, lo tengo en mis manos todos los días en la Sagrada Eucaristía.
Haz que mi trabajo apostólico sea fecundo, que convierta a muchas almas, que muchos aprendan a amar a Dios, que muchos quieran seguirlo en la vocación sacerdotal y religiosa, que muchos quieran ser santos. Enséñame a ser pregonero de la verdad, anunciador de la alegría eterna, testigo de la fe. Que no tema a los poderes humanos, ni tampoco a las críticas y desprecios, que aprenda de ti que mi vida está en función de Cristo, el Mesías, el Señor, el Salvador. Nada más importa. Solo Dios. Amén
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