viernes, 12 de marzo de 2010

VIA CRUCIS SACERDOTAL (estaciones I y II) 12/03/2010

De lo mejor que he leído últimamente está el VIA CRUCIS que hizo el Padre José Palmar como homenaje al Año Sacerdotal proclamado por el Santo Padre Benito XVI.

Es un ejercicio de piedad (ejercicio porque fortalece nuestra alma) que nos invita a considerar el camino de Nuestro Señor Jesucristo como nuestro propio camino también. Es el convencimiento interior de que así como para Cristo, el camino con la cruz es el camino hacia la luz, nuestro camino espiritual, aún con las pesadas cargas que podamos llevar sobre nuestras espaldas, es el camino a la Resurrección.
Probablemente no estés acostumbrado a este tipo de “ejercicios”… tampoco querrás parecerte a una vieja beata de las que se la pasan rezando todo el día. Solo te pido que al menos lo leas, como simple curiosidad, que si algo bueno sacas de eso, será para la mayor gloria de Dios y enorme beneficio para tu Vida Eterna.

El Via Crucis se compone de 14 estaciones. Hoy solo publicaré las dos primeras y luego continuaré con el siguiente cronograma:

Lunes 15 estaciones III y IV
Miércoles 17 estaciones V y VI
Viernes 19 estaciones VII y VIII
Lunes 22 estaciones IX y X
Miércoles 24 estaciones XI y XII,
Viernes 26 estaciones XIII, XIV


Vía Crucis Sacerdotal

Primera Estación: Jesús es condenado a muerte.

“Amigo, ¿a qué vienes?”(Mt. 26,50)

V/. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión: Jesús es hecho prisionero por la prevaricación de un amigo. La traición siempre viene del cercano, no duele que te condene un tirano como Pilatos, punza tu alma el que te entregue una persona de confianza como el Iscariote. Jesús ha vivido este dolor con nobleza y sin arrebato. El amigo siempre se acerca para ayudar, servir o socorrer, pero cuando se aproxima para entregarte vilmente al enemigo es una muerte afectiva que devasta los sentimientos. Jesús evita cualquier acto de violencia, incluso remedia la que tuvo el apóstol Pedro con el mal uso de su navaja. Jesús ni siquiera rechaza el beso del traidor, con su pregunta colmada de congoja y su mirada llena del sigilo de la conciencia moral le hace ver su error. Es inaceptable que un beso, signo de vida y de profundo cariño, llegue a ser un acto de hipocresía y de muerte.
El sacerdote es el amigo de Cristo que tiene la misión de ser pescador de hombres (cfr. Mt. 4,19). Jesús nunca nos condena a pesar de nuestras culpas. Jesús siempre nos justifica y nos salva. Ser sacerdote santo es ser “otro Cristo” en la tierra, mostrar el sacerdocio de Cristo con sus flaquezas y miserias humanas es presentar “otro Iscariote” en la Iglesia. “La mies es mucha y los obreros son pocos” (Mt. 9,37), la traición de un solo obrero del Señor arruinó la cena pascual. Jesús buscó edificar una Iglesia de amigos para rescatar a los enemigos, una Iglesia de santos para convertir a los pecadores, una Iglesia de elegidos para llamar a los perdidos.
Jesús el Hijo de Dios se dejo traicionar y condenar porque no ambicionaba este mundo. Los sacerdotes viven en medio del mudo sin ambicionar sus placeres, son miembros de cada familia sin pertenecer a ninguna; comparten todos los sufrimientos, penetran todos los secretos, perdonan todas las ofensas, y al final de sus vidas a imitación del Cordero de Dios son condenados más por sus pequeñeces humanas que recompensados por las grandezas de su pastoreo solícito y bondadoso. Condenar a un sacerdote de Cristo, es condenar a Cristo sacerdote.

Oración: Jesús Salvador nuestro, que has confiado a los sacerdotes que son nuestros pastores, la aplicación de la Obra de la Redención y de la Salvación del mundo; por medio de nuestra Santísima Madre, te ofrecemos para la santificación de los sacerdotes, seminaristas y novicios, durante este Vía Crucis, todas nuestras oraciones y plegarias, nuestros sacrificios y sufrimientos. Danos, Señor, sacerdotes verdaderamente santos que, inflamados del fuego de tu Amor, no procuren otra cosa que tu santa Gloria. Sálvalos de todos los peligros interiores y exteriores, ampáralos, sobre todo contra las insidias de los enemigos de su virtud y de su santo ideal sacerdotal. Señor, Danos muchos sacerdotes santos, para que todos seamos también santos. Amén.


Segunda Estación: Jesús carga la cruz.

“Carguen con su cruz de cada día y síganme”
(Lc. 9,23)


V/. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión: Jesús nos ama todos los días hasta sentir dolor de amor. Cargar la cruz es indudablemente una oportunidad para negarse a sí mismo. Ir en pos de Cristo es caminar por los pasos hacia el Calvario y pisando las huellas del martirio. La triple exigencia de toda vocación cristiana reclamada por el Señor es: renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirle. Los sacerdotes viven esta solicitud amorosa del Buen Pastor, como consagrados que le prometen solemnemente cumplirlas en su ministerio sacerdotal. El elegido por Cristo se despide del mundo viviendo en la tierra, y anhela el cielo nuevo de las verdes praderas peregrinando sobre las cañadas oscuras de la humanidad. Jesús no pide que dejemos de vivir, la exigencia es que vivamos con la novedad de la plenitud de la vida que sólo Él puede dar. No es renunciar y quedarnos sin nada, es optar libremente por lo más justo, bello y gozoso del ser cristiano: dar para recibir, perdonar para ser perdonado y morir con Cristo para resucitar a la vida eterna.
Renunciar así mismo, cargar la cruz y seguir a Jesús significa ceder ante nuestros proyectos limitados y mezquinos para acoger el de Dios que es pleno, rebosante y misericordioso. Al renunciar a sí mismo, el Señor no nos quita nada, al contrario lo tenemos todo, porque optamos por lo que no se carcome ni se acaba: los bienes de arriba (cfr. Col. 3,1); al cargar la cruz el Maestro no nos imputa más obligaciones, más bien Él con su gracia hace que la carga sea ligera y el yugo llevadero (cfr. Mt. 11,28); y al seguirlo sólo a Él, no despreciamos nuestros proyectos o aspiraciones, con la fidelidad y entrega generosa nuestros planes temporales los asume el Señor, los santifica, los perfecciona y los transforma en gloria para su santo nombre. Los sacerdotes son hostias vivas de oblación permanente llamados a estar siempre alegres. Un sacerdote feliz es una bendición inagotable, es la prolongación de la alegría paternal de San José Custodio del Redentor que le enseñó a Jesús trabajar el leño para cumplir la voluntad de Dios.

Oración: Glorioso San José, padre tutelar de Jesucristo, en este Vía Crucis te pedimos por todos los sacerdotes, especialmente por los recién ordenados. Que al igual que tú, fueron tomados de entre los hombres para servir a Dios. Hazles imitar tu gran fe, tu castidad perfecta, tu entrega total al servicio de Dios sin mirar las consecuencias, tu humildad, tu trabajo constante, tu pobreza, tu obediencia y tu disponibilidad sobrehumana. Ayúdales a imitarte a ti y a tu Hijo Jesús en todo. Ayúdales a ser buenos sacerdotes ante los ojos de Dios, socórrelos en la soledad y en las tentaciones. Acompáñalos en todos los momentos difíciles de su vida y en los instantes de alegría. Defiéndelos de todos los que buscan hacerles daño, como defendiste a Nuestro Señor Jesucristo, hasta que lleguen al Reino de los cielos a gozar contigo para siempre de la presencia de Dios, nuestro Padre. Amén.




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