lunes, 15 de marzo de 2010

VIA CRUCIS SACERDOTAL (estaciones III y IV) 15/03/2010

Vía Crucis Sacerdotal
Tercera Estación: Jesús cae por primera vez.

“Ustedes no saben lo que piden”
(Mc. 10,38)

V/. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión: Jesús cae pero no se hunde. Nosotros antes de caer ya estamos vencidos por la codicia, avaricia o ambición. Antes de que Jesús cayera con la cruz a cuestas, ya sus apóstoles habían caído en las tres tentaciones del aguijón de la soberbia: el poder, el tener y el placer. Esta primera caída nos recuerda la petición asombrosa e incomprendida de los Zebedeos que pretendían sentarse en los puestos privilegiados del séquito del Reino eterno. San Pablo nos invita a tener los sentimientos de Cristo Jesús (cfr. Filp. 2,5), pero la tarea es ardua y agotadora si no tenemos la gracia del Espíritu Santo.
Los sacerdotes son ante todo, hombres de fe, porque tienen la virtud de anunciar la Palabra y de testimoniarla con su ejemplo. El confiar en Dios los aparta del fiarse en los hombres (cfr. Sal.1, 1-2). Los sacerdotes son hombres de oración que viven pidiendo por los demás y suplicando por la humanidad entera. Ellos son mensajeros que comunican la Palabra, la meditan y la predican. A pesar de sus múltiples oraciones por la comunión con la Iglesia, en oportunidades muy eventuales y escasas extravían la intención eclesial hacia la pretensión personal, como le ocurrió a la madre de los Boanerges. Es allí en lo insondable e inexplicable que pudiera parecer el error humano, donde los sacerdotes, pastores del pueblo de Dios, necesitan de la oración sacrificada de sus ovejas fieles y devotas de las cosas santas. El sacerdote es hombre de lo sagrado. Asimila el Evangelio y lo testimonia con su vida desgastada por sus hijos en la fe. Es testigo del Dios invisible y portavoz del Señor ante los visibles del mundo. Las caídas de los sacerdotes son también las caídas de la Iglesia, las levantadas de los sacerdotes son también la puesta en marcha de la Iglesia.
El sacerdote debe ser reconocido como un hombre de Dios, un hombre de preces, al que se ve implorar y al que se oye rezar. Cuando el sacerdote ora con piedad, la Iglesia gana el combate para Cristo Jesús. Donde ora el sacerdote, ora toda la Iglesia.

Oración: Señor Jesús, Pontífice Eterno, Buen Pastor, Fuente de vida, que por singular generosidad de tu dulce Corazón nos has dado nuestros sacerdotes para que podamos cumplir plenamente los designios de santificación que tu gracia inspira en nuestras almas; te suplicamos: ven y ayúdalos con tu asistencia misericordiosa. Sé en ellos, fe viva en sus obras, esperanza inquebrantable en las pruebas, caridad ardiente en sus propósitos. Que tu palabra, rayo de la eterna Sabiduría, sea, por la constante meditación, el alimento diario de su vida interior. Que el ejemplo de tu vida y Pasión se renueve en su conducta y en sus sufrimientos para enseñanza nuestra, y alivio y sostén en nuestras penas. Te rogamos por los sacerdotes perseguidos, encarcelados y enjuiciados. Concédeles, Señor Jesucristo, entereza espiritual, serenidad sacerdotal, desprendimiento de todo interés terreno y que sólo busquen tu mayor gloria. Amén.



Vía Crucis Sacerdotal
Cuarta Estación: Jesús encuentra a su santísima Madre.

“Dichosa la mujer que te dio a luz y te crió”
(Lc. 11,27)

V/. Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Reflexión: Jesús Sacerdote Eterno se encuentra con María Madre de la Iglesia. Más que un simple encuentro en el camino al Gólgota es un abrazo de comunión en el dolor y en el sufrimiento. Jesús sufre el suplicio redentor en su cuerpo, y la Virgen, como le profetizara Simeón (cfr. Lc. 2,35), soporta la espada del martirio atravesada en su corazón. Así como Jesús transformó por la oración intercesora de María el agua en vino, su Santísima Madre deseaba con su mirada cambiar el dolor de su amado Hijo en consuelo y alivio. Sus lágrimas eran el bálsamo de consolación para el Nazareno condenado a muerte. En este breve, pero intenso encuentro la Virgen María a pesar del tormento proclama el Magníficat en sus labios abatidos. Es un gozo distinto al de Belén, al de Canaán o al de Betania; es una gloria para el eterno Padre que contempla a su Hijo único y a su Hija predilecta poniendo en práctica la Palabra.
El sacerdote es esencialmente mariano porque Cristo es substancialmente mariano. La Virgen María acompañó a Cristo Sacerdote Eterno y acompaña hoy a los sacerdotes que son sus hijos predilectos. La Madre de Jesús se encuentra oculta en la sombra de Cristo y se muestra visible en el ministerio sacerdotal. María Inmaculada camina al lado de sus hijos elegidos por el Hijo del Hombre. La Purísima ora con ellos en sus plegarias, es la primera oyente de sus predicaciones, los asiste cuando ellos atienden a los enfermos y ancianos, se apiada cuando sufren y se deleita con sus alegrías sacerdotales. La Virgen María no participa del sacerdocio ministerial, pero vive a plenitud el sacerdocio de sus hijos consagrados como prolongación del sacerdocio eterno de Jesucristo. Ella en cada Eucaristía sirve el vino nuevo y bueno de la sangre redentora.

Oración: Jesús Buen Pastor nacido de Santa María Virgen, que por singular generosidad de tu dulce Corazón, nos has dado nuestros sacerdotes para que podamos cumplir plenamente los designios de santificación que tu gracia inspira en nuestras almas; te suplicamos: ven y ayúdalos con tu asistencia misericordiosa. Sé en ellos, Jesús, fe viva en sus obras, esperanza inquebrantable en las pruebas, caridad ardiente en sus propósitos. Que tu Palabra, rayo de la eterna Sabiduría, sea, por la constante meditación, el alimento diario de su vida interior. Que el ejemplo de tu vida y Pasión se renueve en su conducta y en sus sufrimientos para enseñanza nuestra, y alivio y sostén en nuestras penas. Concédeles, Señor, desprendimiento de todo interés temporal y que sólo busquen tu mayor Gloria. Concédeles ser fieles a sus obligaciones con pura conciencia hasta el último aliento. Y cuando con la muerte del cuerpo entreguen en tus manos la tarea bien cumplida, dales, Jesús, Tú que fuiste su Maestro en la tierra, la recompensa eterna: la corona de justicia en el esplendor de los santos. Amén

(para leer las Estaciones I y II CLICK AQUÍ)

Las estaciones V y VI se publicarán el miércoles 17



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