miércoles, 29 de abril de 2009

Editorial El Nacional 29/04/2009

Las iras de Júpiter.

El asilo.

Al referirse al asilo concedido al ex candidato presidencial Manuel Rosales por el gobierno del Perú, el presidente Alan García sostuvo: "Ninguna circunstancia ni peripecia alterará nuestra buena relación con Venezuela". Veamos lo que expresó el mandatario peruano: "El deber de todo gobierno democrático es defender a todo ciudadano que se sienta amenazado en su país". Esto es, en otras palabras, una cuestión de principios y de lealtad a la democracia y al derecho internacional.

En cambio, en el país de Júpiter se reaccionó con la altanería de siempre, y como para demostrar que no respeta tratados ni convenciones internacionales como la que consagra el derecho de asilo, en gesto ya estereotipado, decidió "llamar al embajador en Lima" como una demostración de su desagrado y de la condena a Perú por asilar al alcalde de Maracaibo.

Obviamente, el gobierno militar y bolivariano de Caracas habría deseado y esperado que la República del Perú, donde se honra el derecho de asilo desde tiempos antiguos, entregara a Manuel Rosales, que lo trajera esposado en un avión militar y se lo diera a la jauría de sus enemigos en Venezuela.

Para valorar el gesto del presidente García de otorgarle asilo al alcalde zuliano, plantearemos la posición absurda de que se lo hubiera negado, cediendo a las amenazas de retaliación del Presidente de Venezuela. ¿Qué rostro le podía mostrar al mundo Alan García? El de un mandatario que se rinde ante la violación de las instituciones para complacer a un perseguidor.

Conviene dejar constancia de que un país centroamericano al cual se le solicitó asilo en un momento determinado, respondió que no podría concederlo "porque le quitaban el petróleo".

Le haremos una pregunta al presidente Hugo Chávez: ¿En qué país de América Latina se asilaron en noviembre de 1992 los generales y las tropas que se alzaron contra la Constitución en el segundo intento de golpe de Estado de ese año infausto? No sabemos si Chávez piensa que no es delito alzarse contra un gobierno constitucional. Entonces no era delito, y por eso elogió al país que acogió a los golpistas y les concedió asilo. ¿Qué país fue ese, presidente Chávez? Pues Perú. Justamente Perú.

Mientras en Perú se hacen propuestas de amistad y se sostiene que la concesión de asilo a un perseguido no puede alterar las relaciones, la reacción venezolana es de intemperancia y de arbitrariedad.

Alan García y los presidentes de la Unasur deberían solicitar un pronunciamiento del organismo sobre el asilo. Se trata de una institución asentada en nuestras tierras y de la cual se han beneficiado predominantemente los golpistas que llenan nuestra historia.

La respetable conducta de Perú debe contar con el aprecio de los venezolanos: lo contó en la ocasión en que se asilaron los golpistas de 1992 cuando huyeron en un avión de la Fuerza Aérea, y lo cuenta ahora cuando un perseguido de los golpistas recurre al asilo para salvar su vida. ¡En 1992 el asilo sí era bueno!

Tomado de Noticiero Digital



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