No ha sido una sorpresa para nadie, pero sí constituye un anuncio vergonzante el hecho de que Venezuela aparezca nuevamente como el país más corrupto de Latinoamérica, al lado de Paraguay y Ecuador. La deshonra mundial ocurrió ayer en Berlín, Alemania, donde fue presentado a la prensa el Índice de Percepción de la Corrupción, elaborado por la organización Transparencia Internacional.
También, y es lastimoso, aparece Haití pero esto resulta hasta lógico porque esa nación ha padecido tantas calamidades naturales y políticas que sus instituciones se han derrumbado. Pero el caso de Venezuela es distinto porque se supone que la revolución bolivariana lleva diez años en el poder, y eso es tiempo suficiente para adecentar y someter a un estricto control a la administración pública.
Incluso todos los años la Asamblea Nacional recibe a esa especie de caimán dormido que es el controlador Russián, y éste, con una sonrisa de medio lado y picándole el ojo a Cilia Flores, entrega un informe voluminoso sobre los pecadillos cometidos por cientos de funcionarios de menor rango.
Pero a los peces gordos, sean militares o civiles, Russián no los toca ni con el pétalo de una rosa, aunque estos corruptos cobren comisiones tan voluminosas que se las tienen que llevar a su casa en un camión blindado de transporte de valores.
Para la contraloría bolivariana no existen fortunas mal habidas provenientes del tráfico de influencias, ni exhibiciones claras y rotundas de lujo y derroche por parte de altos funcionarios chavistas, ni la adquisición de carísimas viviendas en urbanizaciones donde sólo moran los reyes del dinero.
Claro que no sólo es la acumulación de dinero mal habido, o del manejo de información privilegiada a la hora de hacer negocios, sino también el saqueo persistente del tesoro público, muy propio de los regímenes donde los militares se hacen cargo mayoritariamente de la administración pública.
No están lejanas en la memoria de los venezolanos las abultadas maletas, rellenas de dólares, abandonadas en el aeropuerto de la Carlota por Pérez Jiménez en su fuga al exterior, al igual que hoy se habla del maletín de Antonini repleto de dólares de Pdvsa que todavía nadie ha reclamado en la aduana de Buenos Aires.
Dos gobiernos militares venezolanos y dos formas idénticas de raspar la olla del tesoro público impunemente, como si fuera de ellos y no de la nación entera. Tampoco es una cuestión que distingue sólo a los militares sino que está vinculado a una forma autoritaria de gobernar: por ejemplo, Nicaragua, Honduras y Argentina "también obtuvieron una mala puntuación en la lista de niveles de corrupción por país", según las agencias de noticias.
Sin embargo, Chile, Uruguay, Puerto Rico y Costa Rica resultaron ser los países latinoamericanos que presentan los niveles más bajos de corrupción. Allí sí funcionan los controles y la libertad de expresión. A esta última le temen muchísimo los corruptos.
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