Calentamiento global Camarada, comandante, la naturaleza se le opone, usted lucha contra ella, y nada que le obedece. Está arisca la naturaleza, ¿no?
El Banco Central hace maromas para disimular el desastre de la economía y resulta que las cifras se desbarrancan y usted pide que se cuenten los números de otra manera, pero persiste el viejo vicio capitalista según el cual dos más dos son cuatro.
Las tuberías y los embalses han recibido su orden, dictada en forma clara e inteligible, y nada que se llenan y más bien continúan -los muy pretenciosos- con ese estilo oligárquico que los mantiene vacíos.
Ni qué decir de los precios; usted le ha colgado un collar de bolas criollas a cada uno, sobre todo a los de primera necesidad, y mire cómo trepan los desgraciados, como si estuvieran alzados, y de su cuenta; a veces hay que preguntarse si es que los precios no entienden sus órdenes o si hay alguna conjura que los haga apáticos.
Por si fuera poco, el país ha tomado nota de su llamado a la guerra y en vez de alistarse bajo su mando, el apresto operacional se dirige a la confección de las hallacas bolivarianas -de esas que si tienen relleno no tienen masa- y a la parranda propia de un pueblo que no toma conciencia de que el imperialismo lo quiere invadir pasado mañana, mientras usted hace ese esfuerzo sobrehumano para que los tanques de guerra prendan empujados, la pólvora se seque, los aviones despeguen y los helicópteros no se caigan, todo esto antes de llegar a Ocumare.
La guinda de este panorama la ha puesto la aguerrida militancia revolucionaria que inspirada en David Copperfield ha desaparecido sin dejar rastro en los cuadernos de votación.
Créalo comandante, ya hay varios de los suyos que dicen que esto huele a la quemazón de las ilusiones en la hoguera de la arrogancia.
El Descubrimiento. Usted ha sido diestro cuando ha sacado los conejos de la chistera y ha hecho desaparecer en un baúl a varios de sus colaboradores más cercanos. Nadie sabe cómo metió los conejos ni a dónde fueron a parar sus súbditos. Por años, la velocidad de sus manos y la audacia de sus pases embelesaron a la audiencia. Nada por aquí, nada por allá y desaparecen del escenario Giordani o Merentes, y, al rato, vuelven a aparecer pero sentados en el auditorio (Ovación estridente). Sin embargo, de tanto repetir y repetir el truco, con los mismos asistentes, con la misma Venezuela Heroica desprendida de su garganta, se ha descubierto el ardid: usted no tenía nada en la bola; puro crack-crack-crack y ninguna nuez. Buche y pluma. Buchipluma, pues.
Sin duda que una cosa hace bien. Como dijo hace años, ante la duda, avanza sin preguntar. El ataque preventivo -al mejor estilo de George W. Bush- es su arma predilecta. Desorganiza al enemigo y la carencia de escrúpulos le permite llegar a donde nadie se imaginaba que podía llegar. Hace como Hitler cuando arrolló a Francia, también al resto de Europa continental y pretendió hacerlo con Inglaterra; él estaba consciente que esos países creían en guerras convencionales (no se mata a los civiles; se respeta la vida del soldado rendido; no se embiste contra la Cruz Roja), pero los nazis no respetaron ni la Estrella de David, ni la cruz, ni la hoz y el martillo, ni nada. Avanzó y avanzó hasta que le enseñó a todos que la única forma de pararlo era en seco, y se levantó aquel tsunami gigantesco que amaneció en Normandía por el noroeste y que se volcó a Berlín desde el este.
Camarada, usted ha dado lección parecida. No tiene límites ni consideraciones con nada ni con nadie. Ni en materia de DDHH ni de respeto a las leyes. Ni pondera a otros mandatarios ni tampoco a sus adversarios. Usted no tiene esa debilidad democrática del diálogo ni la patología cívica del entendimiento; manda, ordena, insulta y avasalla. Ha aterrorizado. Sin embargo, no construye nada, no hace algo que valga la pena conservar y por lo que valga la pena luchar. Ni siquiera esas misiones, a las cuales opositores no quieren criticar por no verse "antipopulares", sirven para algo; cuando se acabó el chorro de billetes lo que ha quedado son edificios vacíos, trabajadores que reclaman sus salarios, y desencanto; mucho desencanto.
Comandante, usted es un fraude, un fraude andante. No ha construido una realidad diferente. Ni siquiera ha tenido el vigor de mantener un sueño. La sociedad ha comprendido que usted no da cuartel y ahora no se lo pide; claro que usted tiene la fuerza militar -disminuida ahora- pero se aprendió a que con usted es todo o nada. Sólo dialoga y agarra la cruz cuando está derrotado, como para coger aire, diríase. Esta sociedad ya sabe eso y lo usará. ¿Cuándo podrá emplear esa sabiduría? Nadie lo define. Pero se sabe cómo se bate el cobre y también que el cambur verde mancha.
Audacia de la Ignorancia El hecho de que haya podido destruir tanto le ha dado la ilusión de que todo lo puede. Debería tener presente que la herramienta que destruye no es la misma que construye. Usted ni su equipo saben nada de economía; la experiencia de administrar una cantina es valiosa cuando hay dinero, por eso cuando fía, acepta vales, regala las chucherías, se toma los refrescos y se embolsilla un ñereñere, no hay problema porque ya se conoce que el comandante del batallón le va a arrimar la canoa y le solventará los faltantes. Una nación es diferente. Su economía está conformada por millones de interrelaciones y usted maneja unas pocas docenas de ellas, el resto las maneja la sociedad. Usted ha agarrado varios de esos hilillos, los ha torcido y retorcido, se los ha colocado a varios alrededor del cuello, y al final lo que ha provocado es el cortocircuito que ni maneja ni entiende. Sepa que la economía se ha desbarrancado en -4.5% cuando el precio del petróleo está a más de 70 dólares el barril, que es más del doble de lo que estaba en diciembre de 2008 que era 31 dólares. Esta torta es suya, irrevocablemente suya, con la ayuda nada despreciable del grupo de corsarios que lo acompañan en la fragata "Walter Raleigh".
Sin duda maneja bien la táctica, el susto, la amenaza y el garrote, pero no es capaz de ver lejos; no ha podido calcular la consecuencia de sus actos. No sabe que destruir una empresa es obra de un par de bulldozers y algunas horas, pero construirla es obra de años, de capital, de sabiduría, de esfuerzo. Cierto que puede desarmar un reloj - ¡ah, delicioso juego de la infancia!- pero ¿armarlo? Los pobres a los que quiso enganchar en su locura siguen pobres y ahora le reclaman que no hay. Las misiones engrasadas con billete perdieron la lubricación. Los empresarios de Emprecartón lo marearon al repetir la palabreja que le acaricia el cartílago auditivo y usted creyó que eran socialistas, cuando en realidad eran carteristas. No es de dudar que usted siga allí por tiempo indeterminado pero seguirá como el dueño de su locura y autor de su perdición. Amén.
Tomado de El Universal
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