viernes, 27 de noviembre de 2009

El Cardenal Jorge Urosa y la propuesta de una Ley de Amnistía


Yo comprendo perfectamente que lo que mueve al Cardenal Urosa al pedir una “Ley de Amnistía” es la buena voluntad. Es necesario suavizar el clima bélico “interno” que como la nieve del Everest parece eterno como si ya formara parte de nuestra idiosincrasia el vivir en zozobra.

Las enormes deficiencias en los servicios básicos (aseo, salud, agua, electricidad) que sufrimos los venezolanos como si los culpables de la desinversión y la falta de mantenimiento en estos once años fuéramos todos nosotros y no el gobierno maula; la inseguridad personal que lejos de ser una “sensación” como malamente (y/o estúpidamente) trató de explicar un patético personero cualquiera de los que tanto abundan en este reino de Ripley´s nos coloca frente a la realidad de que al salir a la calle llevamos la muerte “en la pata de la oreja”, y si sabemos que salimos, no sabemos si vamos a regresar. Los continuos alardes de guerra contra Colombia, trapos rojos, potes de humo o como usted los quiera llamar, que si bien sabemos que son una distracción para que las focas amaestradas no se den cuenta del propio desastre de esta administración, no dejan por eso de causar un clima de tensión personal que nos sume en la angustia de saber que nuestras vidas y destinos están en las manos de un energúmeno al que poco o nada le importa la tranquilidad y la paz de los venezolanos si eso lo ayuda a atornillarse mas en el poder, y que nuestra seguridad y vidas dependen del lado de la cama del que se levanta en las mañanas. Las guerras intestinas dentro del propio chavismo entre grupos de poder económico que quieren controlar la mayor cantidad de dinero y que ya cuenta con las “gloriosas bajas” del Rey de Mercal, de la deserción cobarde (aunque parece que es mejor decir: “aquí corrió que aquí murió”) del Torres Ciliberto y de los “pdvsa roja-rojita” del Parada, del Valdéz y la D’Pablo (primeras bajas de muchas, espero). Como bien lo dijo Rayma en su caricatura de hoy: “Ser rico es malo, lo bueno es que existen los testaferros”.

Con todo este clima, y conste que la precariedad de espacio me limita a lo mas relevante, ayer el Cardenal Urosa propuso (¿pía voluntad?) al gobierno una ley de amnistía para los presos políticos, citando especialmente (pero no exclusivamente) el ejemplo del prefecto de Caracas. Con todo el respeto a mi primer rector del Seminario Interdiocesano, pero amnistía significa “el olvido legal de los delitos que extingue la responsabilidad de sus autores” (DRAE), y pedir amnistía es reconocer tácitamente que existe una culpabilidad que va mas allá del beneficio político del amedrentamiento gobiernero a una oposición ya bastante desarticulada y desanimada. Cristo no hubiera aceptado una amnistía de Pilato porque hubiera sido reconocer una culpabilidad que no tenía.

No es amnistía lo que hay que pedir sino la liberación plena, y tampoco vía “medida de gracia” porque no es un favor lo que tiene que hacer el gobierno sino la restitución de los derechos, conculcados no por justa causa sino por los mezquinos intereses de un régimen que ya se aprecia visiblemente fisurado y desgastado. Además, una ley de amnistía también podría servir, en caso de voltearse la tortilla, a quienes hoy utilizan el estamento jurídico como arma disuasiva contra quienes queremos una Venezuela mejor… y no sería justo que semejante beneficio se aplicara mañana a los verdugos de hoy. El mas antiguo y mejor concepto de justicia es darle a cada quien lo que cada quien se merece.




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