En estos últimos días la red se ha visto inundada por las variadas interpretaciones acerca de las declaraciones del obispo José Cardoso Sobrinho, ordinario de Recife y Olinda, arquidiócesis brasileña en torno a las excomuniones de la madre y los médicos que interrumpieron la gestación de una niña de 9 años que, violada repetidamente por su padrastro estaba embarazada de mellizos.
La situación se complica debido al precario estado de salud de la niña (y lo precario de su status socio-económico) que, de continuar el embarazo hacían inexorable el riesgo de muerte para la víctima de violación.
Problema moral de múltiples aristas, habida cuenta del principio inviolable e inalterable del Cristianismo de defender el derecho a la vida, vida entendida como efectiva desde el mismo momento de su concepción.
¿Salvar a quién? A la niña a riesgo de perder la vida de los mellizos? A los mellizos a riesgo de perder la vida de la niña? Permitir la continuación del embarazo a riesgo de perder las tres?
Desconozco la filiación religiosa tanto de los médicos como de la madre, pero presumiéndolos cristianos católicos, o al menos cristianos en un sentido mas amplio no quisiera estar yo en los zapatos de quienes tomaron la decisión, aún cuando me parece que los médicos, en líneas generales, son proclives a decidirse por la vida de la paciente, en este caso, la niña de 9 años.
Hubo deshonestidad en la decisión? Me parece que no. ¿Se hizo para reparar la irresponsabilidad de una niña casquivana y disoluta? Por supuesto que no! Y en este punto aclaro que para el Cristianismo no existen abortos buenos y abortos malos; todo aborto provocado es un crimen cometido contra los mas débiles, los que no pueden defenderse… y esto hace mucho mas dura la decisión cuando en las manos de los médicos están la vida y la muerte y obligatoriamente deben inclinar la balanza hacia uno u otro lado.
Imaginémonos entonces: una niña violada repetidamente por el padrastro; la decepción de la madre por el hombre que se buscó; el dolor al constatar la preñez de su hija y la angustia de la niña al encontrarse, sin desearlo en ese estado; la preocupación por el precario estado de salud que preludiaba a la muerte de la criatura; la vergüenza de verse devorados por la opinión pública; la dura respuesta a la pregunta: ¿a quién prefiere usted? que involucraba también la vida de dos inocentes producto de las bajas pasiones y la mente enfermiza de un individuo digno merecedor de toda la carga de la ley y convertidos en víctimas propiciatorias , y como la tapa del frasco viene entonces el obispo José Cardoso Sobrinho a declarar la excomunión tanto de la madre como de los médicos que intervinieron en el proceso.
Que mal tino para abrir la boca en el peor momento. Probablemente amparado por el Derecho Canónico que, ciertamente declara como de ipso facto la excomunión para los participantes directos en un aborto provocado (y por lo tanto no tenía que “declarar” nada este obispo), este señor, mostrando su carácter leguleyesco, y olvidando la caridad como principio motor de la ley viene a añadir mas peso a la excesivamente difícil situación de una familia traumada y disfuncional. Coloca desinhibidamente fardos pesados sobre la espalda de una madre y su hija que muy probablemente él no se atrevería a cargar.
La situación se complica debido al precario estado de salud de la niña (y lo precario de su status socio-económico) que, de continuar el embarazo hacían inexorable el riesgo de muerte para la víctima de violación.
Problema moral de múltiples aristas, habida cuenta del principio inviolable e inalterable del Cristianismo de defender el derecho a la vida, vida entendida como efectiva desde el mismo momento de su concepción.
¿Salvar a quién? A la niña a riesgo de perder la vida de los mellizos? A los mellizos a riesgo de perder la vida de la niña? Permitir la continuación del embarazo a riesgo de perder las tres?
Desconozco la filiación religiosa tanto de los médicos como de la madre, pero presumiéndolos cristianos católicos, o al menos cristianos en un sentido mas amplio no quisiera estar yo en los zapatos de quienes tomaron la decisión, aún cuando me parece que los médicos, en líneas generales, son proclives a decidirse por la vida de la paciente, en este caso, la niña de 9 años.
Hubo deshonestidad en la decisión? Me parece que no. ¿Se hizo para reparar la irresponsabilidad de una niña casquivana y disoluta? Por supuesto que no! Y en este punto aclaro que para el Cristianismo no existen abortos buenos y abortos malos; todo aborto provocado es un crimen cometido contra los mas débiles, los que no pueden defenderse… y esto hace mucho mas dura la decisión cuando en las manos de los médicos están la vida y la muerte y obligatoriamente deben inclinar la balanza hacia uno u otro lado.
Imaginémonos entonces: una niña violada repetidamente por el padrastro; la decepción de la madre por el hombre que se buscó; el dolor al constatar la preñez de su hija y la angustia de la niña al encontrarse, sin desearlo en ese estado; la preocupación por el precario estado de salud que preludiaba a la muerte de la criatura; la vergüenza de verse devorados por la opinión pública; la dura respuesta a la pregunta: ¿a quién prefiere usted? que involucraba también la vida de dos inocentes producto de las bajas pasiones y la mente enfermiza de un individuo digno merecedor de toda la carga de la ley y convertidos en víctimas propiciatorias , y como la tapa del frasco viene entonces el obispo José Cardoso Sobrinho a declarar la excomunión tanto de la madre como de los médicos que intervinieron en el proceso.
Que mal tino para abrir la boca en el peor momento. Probablemente amparado por el Derecho Canónico que, ciertamente declara como de ipso facto la excomunión para los participantes directos en un aborto provocado (y por lo tanto no tenía que “declarar” nada este obispo), este señor, mostrando su carácter leguleyesco, y olvidando la caridad como principio motor de la ley viene a añadir mas peso a la excesivamente difícil situación de una familia traumada y disfuncional. Coloca desinhibidamente fardos pesados sobre la espalda de una madre y su hija que muy probablemente él no se atrevería a cargar.
Si ya el mal está hecho (expresión zuliana y venezolana que simplemente quiere entender que “lo que pasó, pasó” sin connotaciones de juicio moral), qué le costaba ponerse de parte de la niña y mostrar al menos un poco de caridad con ella? Dom Helder Cámara (quien fuera también obispo de Recife, ya fallecido) hubiera corrido a abrazarla y decirle que en su corazón, junto a Jesús estaba ella también. Hubiera tendido la mano hacia la madre para mostrar su solidaridad porque el dolor que se comparte duele igual pero pesa menos. Hubiera rodeado con su brazo los hombros de los médicos para decirles que Dios no ha dejado de amarlos… pero Cardoso Sobrinho no es Dom Helder Cámara; aquél se fue por la “Lex, dura lex, sed lex”, y Dom Helder se hubiera ido por la “Legis plenitudo Charitas”, que es precisamente el camino, el verdadero camino, el único camino.
Hay un artículo (en italiano) en el Osservatore Romano de quien fuera mi profesor de teología fundamental en la universidad Gregoriana y hoy es Arzobispo presidente de la Pontificia Academia por la Vida, Monseñor Rino Fisichella, verdaderamente conmovedor y que demuestra que la teología y el Derecho Canónico no están reñidos con la caridad. Artículo que publicaré proximamente en su idioma original para no traicionar con mis limitaciones el espíritu que movió al autor a tratar el tema de esta niña brasileña.
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