En un artículo publicado en la revista L’Espresso en noviembre de 2001, (luego recogido en un libro maravilloso A paso de cangrejo), Umberto Eco decía, refiriéndose a Bin Laden, lo siguiente: "Realmente vivimos tiempos oscuros. Y no sólo por las tragedias que están ocurriendo, sino porque, además, para entender lo que sucede habría que ser muy sutiles, y no parece que estos sean tiempos de sutilezas". Pues bien, cualquier parecido de estas frases con lo que sucede en Venezuela no sólo es bienvenido sino aplaudido mayoritariamente.
Los tiempos son en extremo sombríos y para entender lo que sucede en el Gobierno se debe hacer un verdadero ejercicio de inteligencia militar o policial. La paranoia bolivariana instalada en cada ministerio, empresa del Estado, alcaldía o gobernación está resultando contraproducente para el régimen y conspira contra su propia estabilidad.
Los venezolanos sabemos que, dentro de la irracionalidad del proceso chavista impera el caos provocado no sólo por las corrientes sectarias enfrentadas, sino por las roscas burocráticas que se reparten las tajadas del presupuesto nacional. La violencia como método rápido para solucionar problemas con los demás y cobrar deudas se ha establecido como un lenguaje frecuente entre los chavistas. Mucha de la violencia que padecemos se debe al auge de estos cobros de cuenta al estilo mafioso.
La violencia que sufrimos cuando vamos a recoger a los niños a la escuela, compramos en el supermercado, cambiamos un cheque, salimos a divertirnos o regresamos a casa, se ha convertido en una rutina social que afecta a la sociedad en conjunto. Ya sabemos de antemano que al llegar la taquilla de un ministerio o de algún organismo oficial, nos recibirán con cara de pocos amigos, que si acudimos a un centro de atención hospitalaria en manos del chavismo nos rechazarán, que si desde una urbanización caraqueña se necesita el auxilio de la municipalidad de Libertador, ante una emergencia, ésta no llegará a tiempo si es que, por casualidad, se atiende al llamado.
¿Por qué ocurren estas divisiones entre los ciudadanos y sus autoridades? ¿Nacieron por diferencias políticas, sociales o económicas? ¿O más bien fueron sembradas, regadas y abonadas por un discurso de odio que, desde la Presidencia de la República, se fue instaurando en el seno de la sociedad venezolana? No se trata de llover sobre mojado, sino de reflexionar sobre los mecanismo que nos permitan desmontar, cuando termine esta tragedia, los mecanismos que nos volvieron enemigos de nosotros mismos.
Los violentos ataques contra los periodistas de la Cadena Capriles, el odio que se ve reflejado en el matón de la franela roja que patea en la cara a un manifestante y del otro de Ávila TV que se cree muy macho porque golpea brutalmente a una mujer periodista, quedarán sembradas entre nosotros como la única imagen posible de un régimen militar y corrupto cuyo odio tiene un solo y verdadero autor: Hugo Chávez.
Tomado de Noticiero Digital
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