Marcelino nació en Arguiñano, pequeño pueblo de Navarra (España), un 24 de Enero de 1922. Fue el quinto de siete hermanos (el menor de los varones). Su padre fue un humilde campesino que probó suerte como emigrante en Argentina sin obtener éxito, sin embargo su Tío (el cual había acompañado al padre en esta aventura), sí logró cosechar una aceptable fortuna con la cual pronto volvería a España para radicarse en la capital de Navarra, Pamplona.
La pobreza reinante en la casa del pueblo de Arguiñano hizo que el Tío asumiera la formación de Marcelino. El sueño del Tío era que su sobrino fuese Médico. Lo que no pudo predecir es que el Espíritu Santo pronto revolotearía dentro del corazón del sobrino para impregnarlo de una vocación sacerdotal definitiva y poderosa. En contra de los deseos de su Tío, Marcelino casi niño ingresaría al Seminario y se formaría en medio de una cruenta Guerra Civil que perseguía y daba muerte a aquellos que ofrecían sus almas a Dios.
Al cabo de unos años ya Marcelino se ordenaba Sacerdote, presentándosele de inmediato el ofrecimiento de integrar un grupo de jóvenes que llevarían el Evangelio al lejano Continente Americano. Su primer destino, Colombia, asumiendo la gran responsabilidad de ser Rector del Seminario. En un ambiente sumamente hostil y violento, el nivel de stress al que se expuso lo obligó a regresar al país natal para replantearse su estadía en el nuevo mundo. A los pocos meses y pese a la insistencia de sus Tíos para que se quedara ejerciendo el Sacerdocio en Pamplona, Marcelino decidió volver a América, esta vez a Venezuela. Luego de permanecer unos pocos años en Maracaibo, fue trasladado a una pequeña población del Estado Carabobo para que prácticamente fundara una parroquia.
Marcelino se ganó casi de inmediato el afecto de los habitantes de este humilde pueblo que consistía en una Central Azucarera. Entre sus principales logros estuvo el fundar una escuela con el apoyo de una congregación de monjas, en donde también fue el Director y maestro de diferentes materias. Los niños se acercaban a la iglesia deseando colaborar en las misas cumpliendo el rol de monaguillos. Uno de ellos prácticamente fue adoptado por Marcelino. Este niño había perdido tempranamente a su padre y su familia se encontraba en una situación económica muy precaria. El Sacerdote del pueblo le brindo desinteresadamente vivienda, comida y educación. Ese niño era mi papá.
Cuando mis padres se casaron con poco más de veinte años cada uno, decidieron quedarse a vivir en compañía del Sacerdote. Al año nací yo y como un homenaje de amor me colocaron el nombre del Curita: Marcelino. Cuando comencé a decir mis primeras palabras, aparte de “mamá” y “papá” intenté decir “Padre”, sin embargo mi temprana habilidad articulatoria solo me permitió decir: “Paye”…..y así le llamamos todos hasta el día de hoy.
Mi Paye vendría siendo para mí como un abuelo, sin embargo, mi papá biológico siempre se mantuvo muy al margen de la familia, ausente, alejado de los momentos más importantes, nunca lo he querido juzgar (no soy nadie para hacerlo), sin embargo mi Paye siempre estuvo allí y en los primeros años fue el que se trasnochó con mi madre, vigilando mi sueño, lavando pañales, preparando teteros.
Cuando yo tenía 3 años, nos mudamos a otra Parroquia, en la cual mi Paye emprendería una gran obra por la cual aún es recordado con infinito cariño, la Parroquia de “Nuestra Señora de La Begoña”, casualmente una invocación Vasca de la Virgen. En esa Iglesia prácticamente yo crecí, asistía en las mañanas a la Escuela Parroquial y en las tardes acompañaba a mi abuelito Sacerdote en su trabajo. Fui testigo de las múltiples facetas que ejercía para satisfacer las necesidades de sus feligreses: Psicólogo, Músico, Poeta, Orador, Político y pare Usted de contar. En las noches aún tenía energía para mí y muchas fueron las noches en que me dormí escuchando sus cuentos y anécdotas del Seminario. Mi infancia fue mágica gracias a él. Todo alrededor era propicio y contribuía a esa magia. Al lado de la Iglesia del pueblo, aún se mantenían en pie las ruinas de la antigua Iglesia Colonial (la cual fue reconstruida al tiempo por sus gestiones), creando junto a una bella Gruta de piedras, un ambiente que se asemejaba a los cuentos de los libros. Pronto llegaría a nuestras vidas mi Hermano Ricardo y ya éramos dos los que buscábamos la mirada dulce y la palabra amable del amado Paye.
Cuando cumplí 16 años un virus atacó mi médula espinal y quedé parapléjico. Fue un duro golpe para el Curita que quizás soñaba para mí, planes aún más ambiciosos que los que tuvo su Tío para él. Sin embargo, sin ser mezquino con mi madre, amigos y demás seres queridos, debo decir que fue él quien representó el principal motor de voluntad y fé al cual me pude aferrar. Escondió sus miedos y su dolor, brindándome alegría y compañía constante. Cuando logré terminar el bachillerato movilizándome en una silla de ruedas no hubo algo que me complaciera más que el ver su sonrisa.
Mi Paye siguió siendo mi mayor confidente cuando yo tenía algún conflicto amoroso, al decidir qué carrera Universitaria elegir. Fue él quien me enseño a manejar un carro adaptado a mis condiciones y quien me introdujo a medios laborales en los que aún hoy me desenvuelvo. Muchas fueron nuestras conversaciones sobre mí fantasear de hacerme Sacerdote, aunque en el fondo sabíamos que esto era más bien el deseo de seguir sus pasos. Yo había nacido para ser Educador.
Tal vez el momento más difícil que vivimos juntos fue la muerte de mi papá biológico. Alejado como me encontraba de él, no tenía claro cuál sería mi reacción frente a su deceso, sin embargo este hecho desgarró mi corazón, haciéndome sentir impotente y hasta culpable de no haber contribuido a que nuestra relación hubiera sido más estrecha y armónica. Yo fui el que lloré como un niño en el hombro de mi Paye mientras él se mantuvo fuerte y ecuánime. Sus palabras en el funeral de mi papá fueron un alivio al inmenso dolor que asediaba mi alma.
Actualmente mi Paye es un lindo viejito con las necesidades y limitaciones típicas de su edad. Con todo y esto, aún nos sigue apoyando, vela por el bienestar, la salud y la alegría de mi madre, la cual es para él su hija. Aún celebra una misa a la semana y nos bendice con su presencia en nuestras vidas. Cuando mi hermano tuvo a su hija Andreína, mi Paye se convirtió en bisabuelo.
Al salir a pasear con él por algún sitio público, acompañados de mi esposa y mi madre, me da mucho gusto el ver a tantas personas que se le acercan para comentarle que fue él quién los bautizó, les dio la primera comunión, los casó o fue su maestro. Mi Paye orgulloso me comenta el placer que le causa saber que aún lo recuerdan. Su memoria falla mucho y en oportunidades no coordina las ideas que quiere expresar. Yo extraño inmensamente nuestras conversaciones habituales. Ahora son más simples, se limitan a aclararle qué día es hoy y cuánto falta para que llegue el domingo y poder celebrar su ansiada misa. Quizás así de simples fueron las primeras conversaciones que mantuvimos cuando yo aún era un niño. Ahora me toca a mí asumir el papel del adulto que lleva el control. Nunca podré pagarle tanto amor y entrega. Dios nos brindó el privilegio de poder contar a nuestro lado con una persona tan inmensa y maravillosa como mi Paye.
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1 comentario:
Sumamente agradecido y honrado por ver esta Reflexión en su Blog querido Padre. Un fuerte abrazo y que Dios lo bendiga !!
Marcelino
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