viernes, 9 de julio de 2010

Carta a Monseñor Mario Moronta

Monseñor Moronta:

Muy probablemente no se acuerde de mí. Yo era estudiante de teología en la Gregoriana cuando usted defendió su tesis “Ser Luz en el Señor” que por cierto arrancó merecidos aplausos de la audiencia congregada en el claustro. Ese es el único vector espacio-temporal importante que nos une. “Antes de” y “después de” honestamente no recuerdo que hayamos coincidido.

Leí su carta fechada ayer, gracias a la mágica inmediatez del correo electrónico que se reenvía mas allá de la lista original de sus amigos y relacionados. Tengo que reconocer que posee una hermosa prosa que brota de la honestidad de un corazón sencillo que ama la iglesia particular a la que le ha tocado servir como pastor, y sin embargo me pareció que se quedó corto…

Por defender con denodada y justificada vehemencia la iglesia particular del Táchira se olvidó de defender a la Iglesia venezolana simbolizada en sus obispos. Patentizó su amor por la Diócesis, desmontó la conseja presidencial que mostraba al estado andino como “castigo” y “exilio” pero continuó guardando silencio ante la actitud grosera y belicosa que el primer magistrado mantiene con sus “hermanos en el episcopado”. Manifestar en una carta su solidaridad con el Táchira es excelente pero también merecía la pena manifestar su solidaridad con la Conferencia Episcopal y con el Cardenal, que a fin de cuentas son el objeto principal de toda esta nueva situación de confrontación desde el 5 de julio para acá, y no reducirlos a una exigua coletilla “así como con todos los Obispos y Sacerdotes de Venezuela”.

¿Podemos esperar una próxima carta suya tocante al maltrato que el presidente tiene con el Cardenal y los Obispos?

Atentamente

Carlos Ares García
Sacerdote


A MIS HERMANOS DEL TACHIRA

¡Salud y Paz en el Señor Jesús!

Hace 11 años, el Santo Padre Juan Pablo II me designó Obispo de la Diócesis de San Cristóbal, encargo pastoral que asumí con gozo e ilusión y con total sentido de obediencia. Si bien ello implicaba venir a una tierra desconocida por mí, no tuve ni temores ni aprehensiones para venir a ella. Mi familia y amigos más allegados quizás pudieron sentir que podría alejarme de ellos físicamente; no faltó quien pensara que se trataba de una especie de castigo. Todavía me preguntó “¿Castigo de y por qué?”

Desde los primeros momentos de mi llegada al Táchira comencé a recorrer sus caminos para conocer y encontrarme con su gente y sus comunidades. Es lo que cada pastor debe hacer si quiere ser auténtica imagen del Pastor Bueno, Jesús. Descubrí una tierra hermosa en paisajes y cultura, con una rica herencia humanística y religiosa, con un porvenir que supera las altas montañas andinas de esta tierra. Pero, sobre todo, descubrí dos grandes riquezas que he tratado desde entonces hacer crecer: la fe de su pueblo, sencilla y profunda, y el presbiterio diocesano.

Desde entonces me sentí y me sigo sintiendo comprometido con esta tierra y con su gente, los nacidos acá y los venidos de otros lares. He buscado hacerme no un tachirense más, sino ante todo un verdadero tachirense: capaz de sentir la fuerza de sus montañas, ríos y llanuras, dispuesto a asumir la cultura del hombre y de la mujer tachirenses, decidido a arriesgar y entregar mi vida para la construcción del Reino de Dios en cada uno de los rincones de la geografía regional.

Soy consciente de mis deficiencias y de mis fallas; como también de las capacidades que Dios me ha dado, las cuales trato de poner al servicio de todos como pastor de la Iglesia. Mi gran amor y pasión ha sido la Iglesia: esto me ha llevado a fortalecer la unidad de la misma, la comunión con los sacerdotes y la promoción del laicado. Hago mías las ilusiones y esperanzas, las angustias y los dolores de todos. Aunque sé que no he estado a plena altura del compromiso, sí quiero reafirmar que estoy decidido a seguir dando lo mejor de mí en beneficio de nuestra Iglesia y de nuestro pueblo del Táchira.

Entiendo que hay quienes no comparten muchas de mis ideas, propuestas y estilo pastoral. Aunque haya podido recibir incomprensiones, críticas y hasta acusaciones calumniosas, puedo garantizar que no guardo rencor hacia nadie, ni siento que tenga enemigo alguno. Toda mi vida he tratado de ser un hombre de diálogo y de esperanza, alfarero de encuentros, mediación y reconciliación. Estoy dispuesto a seguir haciéndolo, porque creo que es el mejor método para que un pastor sea constructor de la unidad. Eso no significa claudicar ni renunciar a la verdad ni dejar de tener la libertad de los hijos de Dios.

En comunión con mis hermanos sacerdotes, nos hemos propuesto el objetivo de fortalecer la Iglesia local de San Cristóbal, para que continúe siendo fiel a su misión evangelizadora y servidora de la gente, en particular de los pobres y excluidos de la sociedad; así, animada por el Espíritu Santo, entonces ella seguirá teniendo sabor a pueblo.

Lo antes dicho quiere ser el marco de referencia y la garantía para reiterar que, además de estar contento por ser pastor del Táchira, no me siento ni exiliado ni castigado. Todo lo contrario: sumamente agradecido a Dios por el don de haberme elegido para guiar la Iglesia local de San Cristóbal. Nunca me he arrepentido de estar trabajando sacerdotalmente en el Táchira que he hecho mi tierra, donde espero seguir trabajando hasta cuando Dios me lo permita. Así como Pablo invitó en su época a hacerse judío con los judíos y griego con los griegos, con mi fe, herencia hermosa recibida de mis padres, quiero seguir siendo tachirense con los tachirenses, en afectiva comunión con todos los hombres y mujeres de Venezuela, así como con todos los Obispos y Sacerdotes de Venezuela

A todos los habitantes del Táchira, cualquiera que sea su condición, a los dirigentes y actores políticos de todas las tendencias, a los jóvenes, adolescentes y niños, a los ancianos, a los pobres, excluidos y desplazados, de verdad a todos sin excepción de ningún tipo, reitero mi disposición de seguir siendo “servidor y testigo” de Jesucristo para ustedes. Les invito a que, en unión de esfuerzos, continuemos demostrando que el Táchira es una tierra de promisión y de futuro, donde nace la gran Venezuela.

A María del Táchira, Nuestra Señora de la Consolación, y al Santo Cristo de La Grita encomiendo nuestro ser y quehacer en esta tierra tachirense e Iglesia local de San Cristóbal.

Con mi cariñosa bendición,


+ MARIO DEL VALLE, OBISPO DE SAN CRISTOBAL.

8 DE JULIO DEL AÑO 2010.



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