lunes, 23 de febrero de 2009

El Miércoles de Ceniza es también para ateos


En la tradición muy venezolana de considerarnos los Hopalong Cassidy, que cuando peleaba no se le caía el sombrero o como el maestro ciego de Kuay-chang-Cane (el pequeño saltamontes), que siempre tenía una respuesta para todo, viene a enmarcarse este nuevo Miércoles de Ceniza.

Es cierto que este día litúrgico es de exclusiva importancia para nosotros los católicos, y no sólo porque da inicio a la Cuaresma y nos marcan la frente con un puñado de ceniza, sino porque es la invitación eclesial al arrepentimiento, a la conversión y al perdón.

Parafraseando a San Agustín que dijo “nadie ama lo que no conoce”, bien podríamos preguntarnos ¿cómo arrepentirnos si no tenemos conciencia de haber fallado? ¿cómo mejorar si no tenemos conciencia o minimizamos la responsabilidad personal de nuestras limitaciones y nuestros errores? Y es aquí que el mensaje del Miércoles de Ceniza trasciende los ritos para abrirse a toda persona sin distingo de credos o inclusive trascendiendo la misma fe.

¿Hace falta tener fe para corregir los errores? No, por supuesto que no. Sería petulante creer que solo las personas de fe tienen esa heroica capacidad, sin embargo, al menos los cristianos contamos con el recordatorio permanente de una Palabra de Dios a la que permitimos iluminar nuestro camino hacia la plena comunión con el Creador.

Pero como nuestro interés (y aquí hablo solo como habitante de este planeta) es mejorar el mundo en que vivimos, haciéndolo mas armonioso, justo y pacífico, la tarea no comienza, como algunos creen, cambiando “las estructuras del poder corrompido”, denunciando “los sistemas que oprimen al hombre y lo degradan”, promoviendo “los cambios sociales que lleven a unas relaciones de justicia y equidad”. Todo eso está muy bien, pero no como inicio sino como la conclusión lógica de un proceso que comience con una toma de conciencia de nuestro propio ser-en-el-mundo, del particular arreglo de nuestra propia vida (o como decimos en criollo: “No vamos a limpiar el patio del vecino cuando tenemos el nuestro lleno de basura”).

Por eso el sentido del Miércoles de Ceniza se abre, no solo para los católicos sino también a todas las personas de buena voluntad. Es la invitación de la Iglesia (no como orden o mandato, sino como una invitación, que puedes aceptar o rechazar) a examinar tu propia vida, a buscar las formas de ser mejor, a mejorar las relaciones conyugales, paternales, filiales, buscando ser mañana un poquito mejor de lo que habrás sido hoy.

El riesgo (y por eso comencé con Hopalong Cassidy y el maestro ciego de Kung-fu) es que nuestra idiosincracia muy particular nos lleva a creer que los malos son los demás, no yo; que quienes se equivocan son los otros, no yo; que el único que tiene las respuestas correctas soy yo, porque los demás siempre se equivocan. De ahí que valoremos la “capacidad heroica para la corrección” como la lucha que podemos ganar, la batalla que podemos vencer, pero eso implica ganarnos a nosotros mismos, vencernos a nosotros mismos; doblegar el orgullo que no nos permite reconocernos como sujetos de errores y equivocaciones y aceptar con humildad que si bien no somos malos, no somos mejores que los demás; que siempre hay oportunidad para mejorar y nosotros nos la merecemos.

Tenía que ser la oportunidad del Miércoles de Ceniza quien nos invitara a ser mejores? No, esa es una invitación que bien desde la fe, bien desde la autoafirmación de nuestro ser humano resuena en nuestras conciencias las 24 horas del día los 365 días del año. Pero tampoco podemos negar que el Miércoles de Ceniza se nos presenta como la oportunidad de recordar, independientemente de si tienes fe o no, lo que ya sabíamos pero que a lo mejor habíamos olvidado.

El patrimonio de ese día no pertenece solo a los católicos sino a todas las personas de buena voluntad.


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